Friday, January 21, 2005

“Estados Unidos no ignorará la opresión”

Vicepresidente Cheney, presidente del Tribunal Supremo, presidente Carter, presidente Bush, presidente Clinton, miembros del Congreso de Estados Unidos, reverendo clero presente, huéspedes distinguidos, conciudadanos. En este día fijado por la ley y marcado por el ceremonial celebramos la sabiduría perdurable de nuestra Constitución y recordamos los profundos compromisos que galvanizan y cohesionan nuestro país. Me siento profundamente agradecido por el honor de este momento, consciente plenamente de los importantes tiempos que vivimos, y determinado a cumplir el juramento que he prestado y ustedes han atestiguado.

En este segundo encuentro que hoy celebramos, nuestros deberes quedan especificados no por las palabras que utilizo sino por la historia que juntos hemos presenciado. A lo largo de medio siglo, Estados Unidos defendió nuestra propia libertad con mirada vigilante sobre distantes fronteras. Tras el naufragio del comunismo vinieron años de relativa tranquilidad, años de reposo, años de tiempo sabático. Y sobrevino luego un día de fuego.

Hemos sido testigos de nuestra vulnerabilidad, y hemos tomado nota de su origen más profundo. Porque, mientras regiones enteras del mundo se suman en el rencor y la tiranía, presa de ideologías que alimentan el odio y disculpan el asesinato, la violencia crecerá y se multiplicará con su poder destructor y atravesará las fronteras más defendidas representando una amenaza letal. Sólo existe una única fuerza de la historia susceptible de romper el reino del odio y el rencor, de denunciar a plena luz las aspiraciones de los tiranos y de satisfacer las esperanzas de la gente digna y tolerante, y se trata de la fuerza de la libertad humana.

Tanto los acontecimientos como el sentido común nos conducen a la misma conclusión: la supervivencia de la libertad sobre nuestro suelo depende cada vez más del triunfo de la libertad en otras tierras. La mayor esperanza de paz en nuestro mundo estriba en la difusión de la libertad en todo el mundo.

Los intereses vitales de Estados Unidos y nuestras más hondas creencias son ahora una sola cosa. Desde el mismo día de nuestra fundación como país hemos proclamado que cada hombre y mujer en esta tierra tiene derechos y dignidad así como valor inestimable, pues llevan la huella del hacedor del cielo y de la tierra. A través de las generaciones hemos proclamado el imperativo del autogobierno, porque nadie puede arrogarse la condición de dueño y nadie merece ser un esclavo.

Promover estos ideales es la misión que se halla en el origen del nacimiento de nuestra nación. Es el honroso logro de nuestros padres. Hoy es la exigencia apremiante que viene dada por la seguridad de nuestro país y por las propias exigencias de nuestra era. Y la misma senda sigue la política de Estados Unidos en el fomento y respaldo a más movimientos e iniciativas democráticas que puedan suscitarse en el seno de todos los países y culturas, con el objetivo esencial y básico de acabar con la tiranía en nuestro mundo. No se trata sobre todo de una tarea basada en la fuerza de las armas, aun cuando nos defenderemos y defenderemos a nuestros amigos con esa fuerza en caso necesario. La libertad debe ser preferida y defendida por su valor intrínseco por la ciudadanía, y sustentarse sobre el derecho y la protección de las minorías. Y cuando el alma de una nación habla, las instituciones que surgen en su suelo pueden perfectamente dar cuenta de hábitos y tradiciones muy distintas de las nuestras.

Estados Unidos no impondrá nuestro propio estilo de gobierno sobre los remisos a aceptarlo. Nuestra meta, por el contrario, es ayudar a otros a encontrar su propia voz, a alcanzar su propia libertad y a seguir su propia senda.

El gran objetivo de acabar con la tiranía es posible gracias al trabajo unánime de generaciones. La dificultad de la tarea no es excusa para eludirla. La influencia de Estados Unidos no es ilimitada pero, afortunadamente para los oprimidos, es considerable y la utilizaremos serena y confiadamente en aras de la libertad.

Mi deber más hondo y fundamental es proteger a esta nación y a su ciudadanía contra más ataques y amenazas nacientes. Algunos, imprudentemente, han optado por poner a prueba la determinación de Estados Unidos: han encontrado una postura de firmeza. Expondremos claramente la decisión adoptada en cada caso ante cada gobernante y cada nación, así como la elección entre la opresión —que siempre yerra— y la libertad, que siempre —e indefectiblemente— acierta.

Estados Unidos no simulará en ningún momento que los disidentes encarcelados prefieren sus cadenas, o que las mujeres saludan la humillación y la servidumbre, o que un ser humano aspira a vivir a merced de sus acosadores o perseguidores. Alentaremos las reformas de otros gobiernos subrayando sin ambages que el éxito en nuestras relaciones implica el trato digno de nuestros propios ciudadanos.

La fe de Estados Unidos en la dignidad humana guiará nuestras políticas. El ejercicio de los derechos debe sobrepasar las concesiones a regañadientes de los dictadores; derechos garantizados por la libre discrepancia y la participación de los gobernados. A largo plazo, no hay justicia sin libertad, y no puede haber derechos humanos sin libertad del ser humano.

Ciertas personas que conozco han cuestionado el llamamiento global a la libertad aun cuando esta época histórica —cuatro decenios caracterizados por el mayor avance hacia la libertad visto jamás— presenta ciertamente singulares incertidumbres. Pero los estadounidenses nunca han de extrañarse de la fuerza de nuestros ideales.

En definitiva, el llamamiento a la libertad es bien presente en todas las mentes y espíritus. No aceptamos la existencia de una tiranía permanente porque no aceptamos la posibilidad de una esclavitud permanente. La libertad visitará a quienes la aman.

Hoy Estados Unidos habla renovadamente a todos los pueblos del mundo. Todos aquellos que vivís en la tiranía y la desesperación habéis de saber que Estados Unidos no pasará por alto vuestra situación de opresión ni disculpará a vuestros opresores. Cuando lucháis por vuestra libertad, luchamos a vuestro lado.

Reformadores demócratas que os enfrentáis a la opresión, la cárcel o el exilio, habéis de saber que Estados Unidos os contempla como lo que sois, los futuros dirigentes de vuestro país libre. Los gobernantes de países fuera de la ley han de saber que, como creyó Abraham Lincoln, quienes niegan la libertad de los demás no la merecen para sí mismos, y que según la ley de un Dios justo no se puede retener la libertad.

Líderes de gobiernos con dilatada costumbre de controlar a los ciudadanos: habéis de aprender a servir a vuestros ciudadanos, a confiar en ellos. Iniciad esta senda de progreso y justicia, y Estados Unidos os acompañará en vuestro camino.

Y todos los aliados de Estados Unidos han de saber que nos honramos con su amistad, que confiamos en sus consejos y que nos apoyamos en su ayuda y concurso. Las divisiones entre naciones libres constituyen un objetivo esencial de los enemigos de la libertad. El esfuerzo concertado de las naciones libres para promover la democracia es un preludio de la derrota de nuestros enemigos.

Hoy hablo asimismo de nuevo a mis conciudadanos. A todos os he pedido paciencia en la ardua tarea de garantizar la seguridad de Estados Unidos, y me la habéis concedido con gran generosidad. Nuestro país ha asumido obligaciones de difícil cumplimiento cuyo cumplimiento no sería honroso defraudar. Pero, gracias a la dilatada trayectoria de nuestra nación de lucha por la libertad, decenas de millones de ciudadanos han alcanzado su libertad. Y, como la esperanza llama a la esperanza, más millones de personas la alcanzarán. Gracias a nuestro esfuerzo hemos encendido también una llama, una llama en los espíritus humanos que conforta a quienes sienten su poder y que quema a quienes se oponen a su avance. Y un día esta insobornable llama de la libertad llegará hasta los últimos confines de nuestro mundo.

Una pequeña fracción de estadounidenses han asumido la carga más pesada en esta causa, en la serena labor de los servicios de inteligencia y la diplomacia, en la labor idealista de ayudar a promover gobiernos libres y en la peligrosa y necesaria tarea de luchar contra nuestros enemigos.

Algunos han demostrado su devoción a nuestro país con su vida. Su muerte honra su vida y siempre honraremos sus nombres y sacrificio.

Todos los estadounidenses han comprobado este idealismo, algunos por primera vez. Pido a nuestros ciudadanos más jóvenes que crean en la evidencia que nos aportan nuestros propios ojos: habéis visto el sentido del deber y la lealtad en los rostros resueltos de nuestros soldados. Habéis constatado que la vida es frágil, que el mal es real y que la valentía triunfa. Elegid servir a una causa justa más que a vuestros deseos, a una causa mayor que vosotros mismos, y a lo largo de vuestros días incrementaréis no sólo la riqueza de vuestro país, sino también su carácter.

EE.UU. necesita idealismo y valentía porque tenemos mucho trabajo que hacer.

En un mundo que avanza hacia la libertad, estamos decididos a demostrar el significado y la promesa de la libertad.

De acuerdo con la idea de la libertad de Estados Unidos, los ciudadanos gozan de la dignidad y la seguridad de la independencia económica en vez de trabajar al filo de la subsistencia. Ésta es la definición más amplia de la libertad que motivó la Homestead Act, la ley de la Seguridad Social, y el G.I. Bill of Rights. Y ahora ampliaremos esta visión reformando las grandes instituciones para responder a las necesidades de nuestro tiempo.

Para dar a cada norteamericano una oportunidad en la promesa y en el futuro de nuestro país, proporcionaremos los más altos niveles a nuestras escuelas y construiremos una sólida sociedad. Ampliaremos la propiedad de hogares y de negocios, los ahorros del retiro y el seguro médico, preparando a nuestros ciudadanos para los desafíos de la vida en una sociedad libre.

Haciendo de cada ciudadano un agente de su propio destino, ofreceremos a nuestros conciudadanos norteamericanos una mayor libertad al abrigo de la arbitrariedad y el temor, y haremos nuestra sociedad más próspera, justa y equitativa.

Según la idea de la libertad de Estados Unidos, el interés público depende del carácter privado, de la integridad y la tolerancia hacia los demás y la regla de la conciencia en nuestra propia vida. El autogobierno, en definitiva, consiste en el gobierno de uno mismo. Tal edificio del carácter y el ser propio se apoya sobre las familias, las comunidades y se ve sustentado en nuestra vida nacional por las verdades del Sinaí, del sermón de la Montaña, de las palabras del Corán y de la variedad de creencias de nuestros ciudadanos.

Los estadounidenses se mueven hacia delante en cada generación reafirmando todo lo bueno y verdadero que ha sido heredado, basado en ideales de justicia y de conducta que son iguales ayer, hoy y siempre. En Estados Unidos, ideal de la libertad, el ejercicio de los derechos ennoblece por el servicio, la misericordia y la cordialidad hacia el débil. La libertad para todos no significa la independencia de uno a otro.

Nuestra nación confía en los hombres y las mujeres que se ocupan de un vecino y acogen a la persona abandonada con amor. Los norteamericanos, en lo mejor que tenemos, valoran la vida que vemos en otra persona, y deben recordar siempre que incluso los indeseables tienen valor. Y nuestro país debe abandonar todos los hábitos del racismo porque no podemos llevar el mensaje de la libertad y el bagaje del fanatismo al mismo tiempo.

Desde la perspectiva de un solo día, incluyendo este día de dedicación, los problemas y las preguntas sobre nuestro país son muchas. Desde el punto de vista de siglos, las preguntas que nos vienen son limitadas y pocas. ¿Nuestra generación avanzó hacia la causa de la libertad, y nuestro carácter aportó crédito a esa causa?

Estas preguntas que nos juzgan también nos unen porque los norteamericanos de cada partido, los norteamericanos, por elección y por nacimiento, están destinados los unos y los otros a la causa de la libertad.

Hemos sabido de divisiones, que se deben curar para seguir adelante en grandes propósitos. Y me esforzaré en la buena fe para curarlos. Todas esas divisiones no definen Estados Unidos. Sentíamos la unidad y la fraterniad de nuestra nación cuando la libertad cayó bajo el ataque y nuestra respuesta vino como una sola mano sobre un solo corazón. Podemos sentir la misma unidad y orgullo cuando los Estados Unidos actúan para hacer el bien y dar a las víctimas del desastre la esperanza, de lo injusto encontrar la justicia, y conseguir que los cautivos sean libres.

Vamos hacia delante con confianza completa en el eventual triunfo de la libertad. No porque la historia funcione en las ruedas de la inevitabilidad; son las opciones humanas las que mueven acontecimientos. No porque nos consideremos una nación elegida; Dios se mueve y elige como Él quiere. Tenemos confianza porque la libertad es la esperanza permanente de la humanidad, y la ansiedad del alma.

Cuando nuestros fundadores declararon una nueva orden de las edades, cuando los soldados murieron para una unión basada en la libertad, cuando los ciudadanos desfilaron pacíficamente bajo la bandera “Libertad Ahora”, actuaban con una esperanza antigua que significó cumplir con el deber.

La historia tiene un flujo y reflujo de la justicia, pero la historia también tiene una dirección visible fijada por la libertad y el Autor de la Libertad.

Cuando la Declaración de Independencia fue leída en público y la Campana de la Libertad sonó en la celebración, un testimonio dijo que sonó como si significara algo especial. En nuestro tiempo, todavía significa algo. Estados Unidos, en este joven siglo, proclama libertad a través de todo el mundo y a todos sus habitantes. Renovados en nuestra fuerza, puesta a prueba pero no agotada, estamos listos para los logros más grandes de la historia de la libertad. Dios os bendiga, y vele por los Estados Unidos de América.

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